martes, 25 de mayo de 2010

Zyanya


III.

Algunas veces, en calles completamente oscuras y desiertas, me pareció escuchar la alegre risa de Zyanya. Hubiera podido ser producto de mi imaginación senil, pero cada vez la risa estuvo acompañada por un reflejo de luz en la oscuridad, muy parecido al mechón blanco que tenia en su pelo negro. De todas maneras, yo sé que ella está aquí, en alguna parte y no necesito de ninguna evidencia, por mucho que la desee.

Yo les suplico, mis señores frailes, si alguno de sus hombres buenos llegara a encontrarse con Zyanya, alguna noche, ¿me lo dirían? La reconocerán inmediatamente y no se espantarán ante un fantasma de tanta belleza. Ella seguirá pareciendo una muchacha de veinte años, como lo era entonces, pues la muerte por lo menos le ahorró las enfermedades y la marchitez que trae consigo la vejez. Ustedes reconocerán su sonrisa, ya que no podrán dejar de sonreírle a su vez.Y si ella hablara...

Pero no, ustedes no comprenderán lo que ella diga. Solamente tengan la bondad de decirme que la vieron. Ella sigue caminando por estas calles, yo lo sé. Ella está aqui y lo estará por siempre.

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